Miembro del Foro de Sabios de la Unesco, doctor honoris causa por más de treinta y ocho universidades alrededor del mundo, premio príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, escritor excepcional, un laico, un humanista, preferiblemente por él, Umberto.
Alejado de un ejercicio de falsa modestia, en una conversación trimestral con el Cardenal Carlo María Martini, Umberto Eco comentaba que prefería referirse a los demás y seguramente para con el también, por su nombre. No sumado a la causa francesa que siempre usa apelativos reductores, defendía la referencia a través de los nombres. En los nombres de las personas es donde está su capital intelectual, en los nombres está el reconocimiento de una autoridad que lo seguirá siendo incluso si el sujeto no se hubiera convertido luego en cualquier otra cosa.
Umberto Eco fué expresión de la inteligencia más sublime, la del humor. En el mismo diálogo con el Cardenal, decía que si él tenía que dirigirse a San Agustin, no lo llamaría señor obispo de Hipona, sino Agustin de Tagaste, por esto mismo que es en los nombres donde reside el capital y la autoridad de las personas.
En este mismo diálogo con el Cardenal Martini, un Jesuíta especialista en crítica textual, conocido como el cardenal del diálogo y en quien muchos llegaron a ver un posible sucesor de Juan Pablo II, Umberto dialoga y debate sobre temas que desafían a la Iglesia y que cuestionan la base del Laicismo. En este enriquecedor texto, Umberto dice que nuestro Apocalipsis como lo describe Juan en el capítulo 20, no es dimesionable en el tiempo. Cuando Juan hablaba de mil años, para el señor era un día, o un día podían ser mil años. El tema era místico. El Cristianismo ha inventado la historia. Para Umberto, es el hombre moderno el sepultero displicente de su propia tumba.
Umberto provocando al Cardenal Martini continuaba en este diálogo preguntándose la razón de la imposibilidad del sacerdocio femenino recordando los privilegios que Cristo confirió a sus seguidoras; Que la única criatura humana nacida inmune al pecado fué una mujer y sabiendo que se apareció por primera vez luego de la resurrección a las mujeres y no a los hombres.
Finalizando el texto, le preguntó el Cardenal Martini a Umberto cómo puede un Laico defender la solidaridad sin creer en un ser superior. Umberto apeló al sentido común, siempre pensando en el otro.

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