Por Nelson J. Villavicencio Chitty
Hoy se conmemoran 200 años de la batalla de la victoria,
distinguida en las narrativas historiadoras posteriores como el símbolo
republicano y patriota de la irreverencia de la juventud venezolana. Aquel
grupo de jóvenes sin la conciencia férrea del servir republicano, pero con la
convicción flameante y profunda del clamor de la patria, enterraron en los
valles de Aragua al “Azote de Dios”. Fue más la convicción que la conciencia.
Fue más lo irreverente, lo inspirador, lo subjetivo, que lo previsto, que lo
calculado, que lo objetivo. Fue la victoria del alma de un pueblo, que es su
historia como nos dice J. Gil Fortoul en el Hombre y la Historia.
200 años después nos
los jóvenes debemos enfrentarnos a tres batallas que la historia nos ha
impuesto: El personalismo político, el presidencialismo y la crisis del sentido
común en la política. Nuestras victorias sobre estas batallas son el trébol del
futuro, son las que permitirían afirmarle a la juventud que son el atalaya de
los tiempos por venir, de lo contrario, todo es arengue, es la no salida, es el
cambio del gato pardo, es la frustración previsible.
Frente a la primera
batalla –la del personalismo político- es la institucionalización de un sistema
de partidos profesionales, democráticos
a lo interno, no privatizados y a merced de intereses apolíticos, la dirección
que debe tomar la victoria. Sin esto, gobierne quien gobierne, el asedio de
esta amenaza nos seguirá ganando. Donde hay sistemas de partidos sólidos, no
hay personalismos que coloquen en peligro la democracia y en términos
ulteriores la política misma. Nuestro país parece tomar la dirección hacia el
multipartidismo, los tiempos de grandes partidos políticos ya pasaron, la
sociedad se ha fragmentado, las ideas y los hombres también. Ganémosle al
personalismo político con un sólido, democrático, y profesional sistema de
partidos.
Junto a esta batalla,
debe acompañarnos la lucha contra el presidencialismo, uno de los canceres de
la política latinoamericana. Nuestra tarea sobre esta amenaza deben versar en la
construcción/fortalecimiento de un sistema de contrapeso de poderes, en una
revisión de las atribuciones constitucionales al presidente, en un sólido y no
genuflexo poder legislativo, y en una profunda democratización real del poder.
Habrá menos presidencialismo cuando los ciudadanos tengan más poder, cuando las
instituciones respondan más a la justicia y a la libertad, que al poder del ejecutivo.
Nuestro diseño constitucional –refrendado por nosotros mismos- conspira en
contra de este propósito. Se aprovecharon del espejo de un tiempo, de una foto
de la historia. Sino cambiamos ese diseño, el sistema estará siempre presto a
favor del ejercicio arbitrario del poder, gobierne quien gobierne.
Y nuestra última
batalla, es la de combatir la profunda crisis de sentido común en la política.
No es un hobbie como algunos la toman, tampoco es un mero ejercicio repentino y
antojado para el cultivo del poder y las relaciones personales. Es arte, es
filosofía, pero también es ciencia, concibámosla en sus justas dimensiones. No
dejemos que se le privatice, que se le aleje a los ciudadanos, que se le
sobreculpe de despropósitos ajenos, en fin, que se le aleje de ella misma.
Hace 200 años fue
más la convicción que la conciencia, hoy yo apuesto más a la conciencia que a
la convicción. La salida perdurable, la real, la concreta, la tangible, la que
siempre debe invadirnos y motivarnos, que más que salida, nos coloca en la
entrada de estos tiempos, es la de combatir el personalismo político, el
presidencialismo y la crisis de sentido común en la política. Este es el trébol
del futuro. Feliz bicentenario de la juventud.

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