23 de septiembre de 2013

LA VERDADERA DEMOCRACIA Y EL CONTRA-PODER DE LA CRITICA




Por Nelson J. Villavicencio

 
Reflexiones sobre Bourdieu y su libro Intelectuales, política y poder. Capitulo “No hay democracia efectiva, sin verdadero contra poder crítico”. Anotaciones para una reseña bibliográfica. 2







  En el transcurrir de una entrevista que se le realiza a Bourdieu, el autor inicia la conversación comentándonos sobre las implicaciones del sufrimiento social de los funcionarios del Estado. En el imaginario de la revolución francesa, el francés sitúa y denomina a la mano izquierda, aquellos agentes de los ministerios, asistentes sociales, educadores, profesores y maestros que conviven con las contradicciones del mundo social. Por su parte, del otro lado están los de la mano derecha, aquellos tecnócratas de los ministerios de finanzas, de los bancos públicos y privados. Según Bourdieu, la mano izquierda ha venido expresando a través de distintas manifestaciones una potencial revuelta contra la nobleza de los Estados (la mano derecha).


   En el mismo tono de la entrevista, el sociólogo nos dice que estas manifestaciones de potencial revuelta de la mano izquierda hacia la derecha se explican porque la mano derecha no quiere conocer el verdadero precio que tiene que pagar por el trabajo que la mano izquierda lleva adelante. El Estado se ha venido retirando de un cierto número de sectores de la vida social que le incumbían y tenía a cargo. Allí donde uno cree que existe una crisis de lo político, se descubre en realidad una desesperanza respecto al Estado como responsable del interés público. Los tiempos son duros y los márgenes de maniobras cada vez más reducidos. Toda esta conversación quizás para algunos nos puede parecer propia del Estado actual del welfare state Europeo, y quizás seguramente es así, no obstante, lo más sugerente de ella, lo encontraremos más adelante.


   Decía Bourdieu que es innegable que el margen de maniobra de los políticos es cada vez más reducido, sin embargo, el único dominio en el que los gobernantes tienen el monopolio y a su vez toda libertad, es el de lo simbólico. La ejemplaridad de la conducta debe imponerse a todo el personal del Estado, y más aún cuando impera el pantouflage. No solo es además la conducta ejemplar la que debe imperar, también deben eliminarse los beneficios simbólicos, la televisión ha contribuido mucho más que los sobornos a la degradación de la virtud civil. Para las clases gobernantes, una medida no vale sino cuando puede ser anunciada y se considera realizada desde que ha sido hecha pública.


   Frente a este escenario de aprovisionamiento simbólico de la clase política ante el reducido margen de maniobra que le brinda la política, el autor nos dice que la reacción de los ciudadanos es parecida a aquella que se vivía en la crisis del antiguo Egipto. En una crisis de confianza hacia el Estado y el bien público, florece la corrupción en los gobernates, y la religiosidad personal en los dominados, esta, asociada a la desesperanza en lo que concierne a los recursos temporales. El ciudadano así, lanzado al exterior del Estado, lo rechaza, tratándolo como un ser extraño al que utiliza de la manera más ventajosa que puede.



   En esta ventaja relativa desaprovechada de posesión de lo simbólico por parte de las clases gobernantes, el autor no se sorprende del silencio de los intelectuales, sino de los políticos. Para este, en la actualidad están formidablemente escasos de ideales movilizadores. Razón aparente esta, debido a la profesionalización de la política y de las condiciones exigidas a los que hacen carrera política (más cara, más profesional, más técnica). Para el autor, el acento de las ideas movilizadoras deben originarse en la concreción de un nuevo mundo intelectual que apunte en la definición de un intelectual y de su rol político. Pero no esos del tipo que reducen la política a la ciencia de la predicción electoral, o a la vigilancia de sondeos comerciales sin métodos, o la de aquellos que se quedan en los debates neoarenianos. No, y tampoco la de aquellos intelectuales polimorfos que hacen su entrega anual a consejos de administración, o aparecen en cocteles de prensa y tienen algunas apariciones en televisión. El intelectual con rol político - y el grupo donde deben generarse las nuevas ideas movilizadoras- que debe surgir es aquel que coloca en la vida pública precisamente la lógica de la vida intelectual, la lógica de la argumentación la de la refutación. Solo con esta lógica podrá vencerse la lógica actual de la política, la de la difamación, la de la esloganizacion y falsificación del pensamiento del adversario. Por ello, no hay democracia efectiva sin verdadero contra-poder crítico.

@villachitty

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