Por Nelson J. Villavicencio
Reflexiones sobre Bourdieu y su libro Intelectuales, política y poder. Capitulo “No hay democracia
efectiva, sin verdadero contra poder crítico”. Anotaciones para una reseña bibliográfica.
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En el transcurrir de una entrevista que se le realiza a Bourdieu, el
autor inicia la conversación comentándonos sobre las implicaciones del
sufrimiento social de los funcionarios del Estado. En el imaginario de la revolución
francesa, el francés sitúa y denomina a la
mano izquierda, aquellos agentes de los ministerios, asistentes sociales,
educadores, profesores y maestros que conviven con las contradicciones del
mundo social. Por su parte, del otro lado están los de la mano derecha, aquellos tecnócratas de los ministerios de
finanzas, de los bancos públicos y privados. Según Bourdieu, la mano izquierda
ha venido expresando a través de distintas manifestaciones una potencial
revuelta contra la nobleza de los Estados (la mano derecha).
En el mismo tono de la entrevista, el sociólogo nos dice que estas
manifestaciones de potencial revuelta de la mano izquierda hacia la derecha se
explican porque la mano derecha no quiere conocer el verdadero precio que tiene
que pagar por el trabajo que la mano izquierda lleva adelante. El Estado se ha
venido retirando de un cierto número de sectores de la vida social que le incumbían
y tenía a cargo. Allí donde uno cree que existe una crisis de lo político, se descubre
en realidad una desesperanza respecto al Estado como responsable del interés público.
Los tiempos son duros y los márgenes de maniobras cada vez más reducidos. Toda
esta conversación quizás para algunos nos puede parecer propia del Estado
actual del welfare state Europeo, y quizás
seguramente es así, no obstante, lo más sugerente de ella, lo encontraremos más
adelante.
Decía Bourdieu que es innegable que el margen de maniobra de los políticos
es cada vez más reducido, sin embargo, el único dominio en el que los
gobernantes tienen el monopolio y a su vez toda libertad, es el de lo simbólico.
La ejemplaridad de la conducta debe imponerse a todo el personal del Estado, y más
aún cuando impera el pantouflage. No
solo es además la conducta ejemplar la que debe imperar, también deben
eliminarse los beneficios simbólicos, la televisión ha contribuido mucho más
que los sobornos a la degradación de la virtud civil. Para las clases
gobernantes, una medida no vale sino cuando puede ser anunciada y se considera
realizada desde que ha sido hecha pública.
Frente a este escenario de aprovisionamiento simbólico de la clase política
ante el reducido margen de maniobra que le brinda la política, el autor nos
dice que la reacción de los ciudadanos es parecida a aquella que se vivía en la
crisis del antiguo Egipto. En una crisis de confianza hacia el Estado y el bien
público, florece la corrupción en los gobernates, y la religiosidad personal en
los dominados, esta, asociada a la desesperanza en lo que concierne a los
recursos temporales. El ciudadano así, lanzado al exterior del Estado, lo
rechaza, tratándolo como un ser extraño al que utiliza de la manera más
ventajosa que puede.
En esta ventaja relativa desaprovechada de posesión de lo simbólico por
parte de las clases gobernantes, el autor no se sorprende del silencio de los
intelectuales, sino de los políticos. Para este, en la actualidad están formidablemente
escasos de ideales movilizadores. Razón aparente esta, debido a la profesionalización
de la política y de las condiciones exigidas a los que hacen carrera política (más
cara, más profesional, más técnica). Para el autor, el acento de las ideas
movilizadoras deben originarse en la concreción de un nuevo mundo intelectual que
apunte en la definición de un intelectual y de su rol político. Pero no esos
del tipo que reducen la política a la ciencia de la predicción electoral, o a
la vigilancia de sondeos comerciales sin métodos, o la de aquellos que se
quedan en los debates neoarenianos. No,
y tampoco la de aquellos intelectuales polimorfos que hacen su entrega anual a
consejos de administración, o aparecen en cocteles de prensa y tienen algunas
apariciones en televisión. El intelectual con rol político - y el grupo donde deben
generarse las nuevas ideas movilizadoras- que debe surgir es aquel que coloca
en la vida pública precisamente la lógica de la vida intelectual, la lógica de
la argumentación la de la refutación. Solo con esta lógica podrá vencerse la lógica
actual de la política, la de la difamación, la de la esloganizacion y falsificación
del pensamiento del adversario. Por ello, no hay democracia efectiva sin verdadero
contra-poder crítico.
@villachitty

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