Esta entrada que comparto es una interpretación
histórica vigente enmarcada en el ciclo Bicentenario. Son reflexiones y comentarios sobre los elementos más
importantes del discurso presentado por el Dr. Luis Castro Leiva
ante el extinto Congreso de la República con propósito de los 40 años del 23 de
enero de 1958[1]. Nuestras reflexiones sobre la narrativa del discurso, responden de alguna manera a la vigente duda de los ciudadanos y ciudadanas sobre si vamos por el camino correcto en el proceso
de rescate de la República, o seguimos buscando los mismo salserines de hace 14
años que mencionaba el Doctor Leiva. Veámos:
El
23 de enero de 1998 celebrábamos 40 años del fin de la última dictadura del
Siglo XX Venezolano. La tribuna, el Congreso de la República. El orador, Luis
Castro Leiva, un académico, indagador sempiterno del “quienes somos” y
Republicano de otrora. El contexto, Venezuela estaba en la búsqueda de un
liderazgo político distinto al que había encontrado con la derrota de la
dictadura. Habían pasado 40 años de alternancia política entre los partidos que
definieron el sistema político Venezolano del SXX.
El Dr. Leiva comienza su discurso aseverando que la crisis de la República
es la crisis de la pérdida de los valores cívicos y Republicanos, que en
últimos términos se palpa en la manifestación de la política como una profesión
artística, y no como una vocación de servicio y fe. Sin embargo, este mal, no
es algo del S XX. Leiva nos recuerda que el hombre que llevó el período
dictatorial más importante del S XIX, era un adorador de mandarse a hacer
estatuas y de la ópera. Lo pueril de la política no es una impronta negativa de
este siglo, sus rastros vienen con nuestro desarrollo histórico-político. Ni el
pasado remoto de nuestra historia política ni el reciente nos desmienten del
todo.
¿Qué hago aquí? Se preguntaba el Dr. Leiva enseguida, y al final
respondía, ¡Traicionándome a mi mismo¡ Leiva, un Académico, y por ende, tenedor
de un profundo espíritu crítico, era un cuestionador de la clase política del
País. En tal escenario tuvo que hacer saber lo que siempre había pensado,
hacerse libre a través de la verdad que tenía años construyendo. En
aquella tribuna, comparaba su pregunta – ¿Qué hago aquí?- con la misma que se
hacia la moral frente a la política, respondiendo los dueños de esta última -
los políticos- que ya no valía la pena hacerlo o seguir intentándolo junto
aquella. Y que los ciudadanos peor aún, pensaban que tampoco valía la pena que
ustedes/nosotros – los políticos- sigan intentándolo. Era el arribo del sueño
anarquista, de que los parlamentarios salieron con su curul, como si fueran
sus loncheras, a las calles, bares, restaurantes y constataran la voluntad de
todos. Cito: “cada miembro de la «sociedad civil», sin intromisión del
Estado ni de los partidos, decidirá por su cuenta y gana lo que mejor convenga
para todos los venezolanos. El grito de batalla de esta profecía es simple: la
nación es la de quien pueda tener las ganas de encarnarla…” Leiva nos
expresaba que la frustrante búsqueda y construcción de nuestro orden político,
se explicaba por la actitud derrotera de los servidores públicos en la lucha de
reivindicar la política desde una esfera moral, y por la obnubilación ciudadana
de no saber que es lo quieren para sí mismos.
La política es una expresión de la sociedad. La actitud
reprochable de la ciudadanía hacia a lo público pareciera que es algo celestial
e impropio de los miembros del pacto político, donde la exclusión es la salida
más fácil. Somos los ciudadanos los hacedores de la política como realidad y
tragicomedia. Son nuestras costumbres, prejuicios y juicios, nuestras
abstenciones y participaciones, los que delimitan a nuestros representantes.
Los ciudadanos son los que configuran a los políticos como realidad social. La
realidad política de nuestra sociedad no es ajena a la realidad de sus
ciudadanos. La antipolítica es expresión de una crisis misma de
ciudadanía que se justifica en si misma, para no aceptar que es ella, la fuente
originaria decisiva de la representación social que cuestiona.
Leiva cuestiona la ciudadanía desde la política, tanto así, que termina
defendiendo a los políticos. Pero no a los de cualquier tipo, no a los que
invocan la juventud y las nuevas caras, en contra de la experiencia, no. Sino
aquellos que han sido los constructores de un orden democrático -cuestionable
si- pero que ha sido el período mas largo de la historia republicana donde
hemos podido cambiar de presidentes a través del voto y no por medio de las
armas e las insurrecciones. La visión de Leiva es un cuestionamiento a la
ciudadanía misma en favor de la política, y no como comúnmente nos encontramos,
un cuestionamiento a la política desde la ciudadanía. Cito: “Pero, verán Uds.
conciudadanos … yo apenas soy un elector quien no quiere dejarse subyugar por
el poder de la opinión que ustedes —mis representantes— obedecen demasiado
ciegamente , y que por ello, sugiero, nos hacen mal a nosotros, a ustedes, a la
política, a la república, a la democracia y a la Nación... Cesen entonces de
escuchar lo que sólo a ustedes les interesa y oigan lo que les dice la razón.”
[2]
Pero la crisis de la política, no solo es la crisis de la ciudadanía, sino
también, la crisis de los políticos. Leiva continúa su discurso haciéndoles
saber a la clase política del país que lo que nos costó más de 140 años
alcanzar, en tan solo 40 años ya es cuestionado. Condena a los político
enseguida y les dice: “ustedes no han hecho ni hacen lo que de ustedes se
necesita y espera; no hacen las cosas mínimas que con urgencia se requiere
hacer en política y todos así lo hemos permitido. Pero no soy yo quien imagina
esto. Vean cuánto han cambiado las cosas desde aquel primer 23 de enero a esta
parte”. Si alguien escuchara las palabras del 23 de Enero de 1958 no las
creería, nadie pudiera creer que la Democracia se debe a los Partidos. Dice
Leiva, “hemos cavado una tumba en el olvido”. Y así comienza a finalizar Leiva,
“a 40 años de conquistar la Democracia, celebramos el olvido”.
La crisis republicana es la crisis de la política hacia los ciudadanos, y la de
estos hacia aquella. La de la política, es la de su práctica independiente de
la moral. La de los ciudadanos, la de subestimar aquella. Leiva nos presenta en
su relato una visión crítica, histórica y actual sobre la crisis de la sociedad
Venezolana a través de una óptica que invita a construir una memoria histórica
y a asumir desde el servicio público el testimonio fatídico de la concreción
moral y política para la reivindicación última de ésta.
14 años después de su discurso, y aún en el ciclo Bicentenario, es válido
preguntarnos. ¿La historia es tan caprichosa como la política? Venezuela tiene
el reto de superarse a si misma como Nación y adentrarse en los albores del S
XXI. Sino, le daremos la razón a Bolívar y diremos con él que nos
dejen vivir nuestro Siglo XV.

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